Los medicamentos que disponemos en la actualidad alivian los síntomas de la enfermedad, pero no son curativos ni evitan su progresión. En todos los casos, la medicación debe ser prescrita y controlada por el neurólogo.
Es entonces cuando aparecen los efectos secundarios provocados por la propia levodopa: Trastornos psíquicos, aumento del apetito sexual, hipotensión ortostática, alteraciones gastrointestinales… Además un exceso de levodopa puede facilitar la aparición de movimientos involuntarios anormales excesivos que no pueden ser controlados por el paciente y que se denominan discinesias. Podemos encontrar distintas presentaciones de la levodopa: 1. Levodopa de acción retardada: Su vida media en el plasma es más larga que la de la levodopa convencional, dado que su absorción intestinal es más prolongada. Con ello se pretende que las dosis administradas tengan más eficacia sostenida y, por lo tanto, se atenúen las fluctuaciones motoras. También puede ser útil para tratar los síntomas de la enfermedad durante la noche, ya que sus efectos se pueden prolongar durante varias horas. 2. Levodopa en infusión de gel: Es un tratamiento para la enfermedad de Parkinson avanzada. Consiste en administrar de forma continua levodopa y carbidopa directamente en el duodeno del paciente para mantener así, los niveles de levodopa constantes en el plasma, y conseguir una estimulación dopaminérgica continua. Se administra con una bomba de infusión a través de una gastrostomía percutánea gástrica, suele estar conectada durante el día, unas 16 horas según considere el médico. Existen otros fármacos antiparkinsonianos que se administran como monoterapia, al inicio de la enfermedad, o en conjunto con la levodopa, para aumentar la cantidad de levodopa disponible, y/o la vida media plasmática de la misma: 1. Amantadina: Se administra, a veces, al principio de los síntomas, cuando éstos son leves, o para retrasar el inicio del tratamiento con levodopa. Este fármaco disminuye los movimientos involuntarios. 2. Agonistas dopaminérgicos: El inicio del tratamiento con agonistas dopaminérgicos, que resultan eficaces para controlar los síntomas de la enfermedad en estados iniciales, permite retrasar el inicio del tratamiento con levodopa y demorar, así, algún tiempo la aparición de fluctuaciones motoras y otras complicaciones de este fármaco. Su asociación al tratamiento con levodopa permite, en algunos casos, reducir sus efectos secundarios, sin que se pierda potencia o efectividad terapéutica. 3. Inhibidores dopaminérgicos (de la COMT y/o de la MAO-B): Disminuyen la degradación de la levodopa al bloquear las enzimas de la COMT y de la MAO-B aumentando así la disponibilidad de la dopamina en el cerebro. Se puede administrar en fases iniciales de forma individual, y/o a medida que avanza la enfermedad en combinación con la levodopa. 4. Anticolinérgicos: indicados solo en casos muy concretos y en pacientes con menos de 70 años debido a sus efectos secundarios, como visión borrosa, retención de orina o pérdida de memoria. Son efectivos fundamentalmente en el tratamiento del temblor y la rigidez y reducen el exceso de saliva. Sin embargo, son poco útiles para aliviar la torpeza y lentitud de movimientos.
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Tratamiento farmacológico
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